Cada minuto, cada hora, cada día.

Ahora, no tanto.

Seguimos llorando, sí... pero ya no duele igual.

¿El duelo se supera?

Ni idea.

Lo que sabemos es que se transforma.

Transmutas. Aprendes a respirar con el vacío dentro.

Pero no se va.

Ni el dolor...

Ni el amor que sentías (y que sigues sintiendo).

Tu alma gemela se ha ido.

Hace poco.

O hace años.

Pero si estás aquí, es porque aún lo sientes.

Y eso es lo jodido del tiempo:

Pasa... pero no pasa nada dentro.

Lo más difícil no es solo su ausencia.

Es todo lo que se rompe alrededor.

• La rutina: ya no hay paseos, ni horarios, ni excusa para hablar sola por la calle.

• La culpa. Esa cabrona que se mete en todo: ¿decidí bien?, ¿lo hice bien?, ¿y si…?

• El silencio. Las camas vacías. El sonido de la casa que ya no suena igual.

• Y el peor de todos: no poder llorar a gusto porque “era solo un perro, un gato, un periquito”.

Pero tú sabes que no era “solo” nada.

Era tu rutina.

Tu familia.

Tu vida entera hecha pelo, ojos, patas y alma.

En una película, escuchamos esto: “Del dolor pasé a la rabia, y de la rabia a la venganza.”

Nos removió por dentro. No por la venganza.

Si no porque el dolor nunca se queda quieto.

A veces se disfraza de culpa.

O de rabia.

O de esa angustia que sube al pecho cuando ves su cuenco vacío.

O de esa ternura brutal que aparece al ver una foto suya.

Y sí, sabemos que, en realidad, ese dolor es amor.

Tanto amor, tanto dolor.

Tanto dolor… tanto amor.

Puedes tragarte todo el dolor.

O hacer algo con él.

Un gesto.

Un ritual.

Una carta.

Un terrario Eternum.

Un rincón sagrado donde ese amor tenga un lugar.

Y para eso hicimos esta guía.

No para que “superes” nada.

Sino para que te acompañes mientras late.